04 diciembre 2005


Reseña: "Harry Potter y el cáliz de fuego"

Esta cuarta entrega de las aventuras del niño mago ha tenido la desgracia de ir justo después de la mejor película de la saga, El prisionero de Azkaban, dirigida por el mexicano Alfonso Cuarón. Aún siendo mejor que las discretas primeras dos partes realizadas por Chris Columbus, la película es algo cansina y con un ritmo descompensado. Las escenas de acción y aventura están muy bien resueltas, pero las situadas entre ellas son bastante grises.
Este contraste se da incluso en el plano formal. Escenas como la travesía submarina por el Lago Negro o, sobre todo, la batalla contra el dragón, resultan brillantes desde el punto de vista narrativo, no sólo por los efectos especiales, sino por poseer un montaje dinámico sin llegar a ser mareante. También es de agradecer que se recurra a frecuentes planos generales, recurso olvidado por los directores videocliperos de la actualidad que resulta ideal para airear las escenas y, sobre todo, ofrecer mejor información a los espectadores de la situación espacial de los personajes.

En cambio, las escenas de diálogo están resueltas de manera casi televisiva, recurriendo incluso a chapuceros reencuadres a base de zoom que, en los años 70 tenían su gracia, pero ahora resultan bastante antiestéticos. No deja de ser curioso que el director del film, un Mike Newell acostumbrado a comedias románticas dialogadas, yerre precisamente en los momentos pausados y destaque en los dinámicos.

Juzgar el trabajo de los actores infantiles resulta complicado a causa del doblaje (ya que normalmente sus voces españolas suelen sonar muy falsas). Digamos que Daniel Radcliffe (Harry) sabe poner muy bien la cara de niño asustado, lo cual le ha convertido en el adolescente más rico de Reino Unido.

Se ha destacado que es la entrega más oscura y tenebrosa de la serie, y ciertamente lo es. Es agradable comprobar que tras años de pelis infantiles ñoñas y políticamente correctas, se recupera la tradición macabra de los cuentos clásicos, con lobos que comen abuelas y brujas que devoran hermanitos. Aquí, hay serpientes que salen de calaveras, tenebrosos cementerios y un inquietante villano (un irreconocible Ralph Fiennes).

La película resulta algo larga y pesada, y supone una seria prueba para la vejiga del espectador. Aún así, merece la pena verla por la belleza de alguna de sus imágenes más fantásticas: podemos ver (decentemente representados gracias a unos suntuosos trucajes) una carroza tirada por caballos alados, un espectacular paseo submarino con sirenas, impresionantes panorámicas aéreas sobre el entorno de ensueño que circunda la escuela Howgarts y un temible dragón que amenza seriamente la posición de Vermithrax, el monstruo de El dragón del lago de fuego, como el mejor ejemplar de su especie en la Historia del Cine.

Otro elemento destacable es la partitura de Patrick Doyle, que sustituye aquí al maestro John Williams. El nuevo compositor utiliza el tema principal de las películas previas (lo cual es lógico, al ser una serie), pero le confiere un aire más misterioso. El resto de la composición se podría resumir con la palabra "elegante", algo a lo que nos tiene habituado Doyle. Personalmente, creo que supera a la música de las partes anteriores, lo cual muchos considerarán un sacrilegio. Williams es un maestro indiscutible y legendario, pero no tiene por qué ser siempre el mejor.

En suma, una película simplemente correcta e incluso pesada, pero con algunos fragmentos de imaginería fantasiosa que harán las delicias de quienes de niños disfrutaron de libros como La historia interminable de Michael Ende o La enciclopedia de las cosas que nunca existieron de Michael Page y Robert Ingpen.

[Nota: Releyendo el texto, me doy cuenta de que a lo mejor he sido muy severo con la película. La razón puede deberes a que tengo un mal recuerdo d eesa tarde de cine, pues coincidí en la sala con los pre-adolescentes más ruidosos, bárbaros y maleducados de Tenerife, una camada de esa clase de niños que te hacen pensar que Herodes fue un tío grande].

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