25 noviembre 2009

¿Qué pasará sin el Emule?

Ayer el Parlamento Europeo aprobó una directiva que da luz verde para que las autoridades corten la conexión a aquellos usuarios que descarguen archivos con copyright sin necesidad de que medie una orden judicial. Al parecer, se da año y medio a los países miembros para que adapten sus legislaciones nacionales a esta norma.

Esta medida sin duda “solucionará” el problema de las grandes productoras de contenidos audiovisuales, pero a su vez generará otros diferentes. Van a producirse situaciones curiosas:

-¿Aceptaremos pagar 40 euros por el ADSL si ya no podemos descargarnos películas? Porque para ver el correo y una web, con un mega vas que te matas…

-Relacionado con lo anterior: por salvar a la industria audiovisual, ¿no se le va a hacer la puñeta a las operadoras de telecomunicaciones, que podrían ver cómo sus usuarios se mudan a contratos de menor banda ancha y más baratos (con la consiguiente pérdida de ingresos)?

- Situación preocupante 1: ¿Seguirán vendiendo CDs a 18 euros y DVD a 24? Está demostrado que ese precio es desorbitado y que, además (y al igual que pasa con los libros) lo recaudado se reparte de manera harto injusta, pues el menor porcentaje va para los autores. El fin de las descargas P2P podría ser utilizado como argumento para que las productoras defiendan sus abusivas tesis y mantengan (o incluso suban) los precios

-Situación preocupante 2: ¿Significa esto que no se le va a meter mano a la SGAE? Porque con descargas o sin ellas, ya hemos visto en este mismo blog que se trata de una organización muy siniestra. Defender los derechos de los creadores sí, pero de manera transparente, igualitaria con todos los artistas y sin recurrir a técnicas mafiosas.

-¿Se pondrá las pilas el cine español? La “piratería” ha sido la gran excusa para justificar sus malos resultados de taquilla, y encima era un pretexto falaz, ya que en las redes P2P las películas nacionales (salvo las de Torrente y las de Lucía Lapiedra) no eran los contenidos más populares, precisamente.¿A quién echarán las culpas cuando, dentro de un par de años, se compruebe que el índice de espectadores de cine español sigue siendo ridículo?

23 noviembre 2009

Enredado

Hace dos meses que tengo abandonado este blog. He tenido cuestiones domésticas que atender, y algún exceso de trabajo, pero la verdadera razón de esta ausencia es que todo el tiempo que he dedicado a mi ocio informático de lo he focalizado en Facebook.

Así, he dejado pasar la oportunidad de abordar en esta bitácora asuntos como el secuestro del Alakrana o el Roman Polanski affair, y en su lugar los he agotado en la red social. Mentiría si dijera que he pasado todo mi tiempo debatiendo temas tan enjundiosos: la verdad es que ha tenido más de pérdida de tiempo que de otra cosa (tests chorras mayoritariamente, lo confieso). Y ello me ha dado que pensar: ¿qué tiene esto del Facebook que engancha tanto?

La verdad es que no sabría explicarlo: teóricamente, sirve para contactar con gente a la que has perdido la pista, pero al final con quien más interactúo es con las personas a las que suelo ver a menudo.

Luego está el espinoso tema de la renuncia a nuestra intimidad que aceptamos tácitamente quienes entramos en este ámbito virtual. Con la tontería de compartir información y suscitar que nuestros “amigos” nos dejen mensajes, a veces podemos cometer verdaderas imprudencias, y publicar contenidos que, si lo pensáramos fríamente, no querríamos que vieran todos.

Y hablando de amigos, ¿por qué hay tanta gente que te solicita que la agregues a tu agenda, si no te conoce de nada y ni siquiera tiene amigos en común? Puede ser que alguien con afanes de ligoteo sea proclive a dejar que cualquiera entre en su muro, pero, francamente, me parece una irresponsabilidad, y genera una situación violenta al obligarnos a pulsar un botón que pone “Rechazar”.

Porque en el Facebook, nos hacemos amigos o nos rechazamos con una irreal y fría facilidad, los lazos de confianza se reducen a un mero click. A la larga, ¿cómo afectará esto a las relaciones interpersonales futuras? No es retórica, lo pregunto en serio: la tecnología acaba modificando los usos sociales (y si no, recuerden cómo eran sus vidas antes del móvil).

Las redes sociales nos empujan a aceptar la idea de que debemos estar siempre localizables y localizados, lo cual es una extensión de un fenómeno iniciado con la telefonía celular: ¿se acuerdan cuando a uno lo llamaban a casa y, simplemente, no estaba? Pues parece ser que ya no podemos “no estar”, que la sociedad de la información nos pide una ubicua disponibilidad total.

De este modo, me encuentro en un término medio en el que estas tecnologías me atraen tanto como me asuntan sus implicaciones futuras. Se supone que debería sentirme más comunicado, más accesible, más informado. Pero realmente, lo que me siento es más enredado.