30 enero 2008

Ir a por lana (en Audi)...

...y salir trasquilado. Esto es lo que le acaba de pasar al fulano que atropelló a un chaval y encima demanda 20.000 euros a la familia del fallecido para arreglar la carrocería, caso que comentamos hace unos días. Finalmente, inducido por la (lógica) presión mediática y social, retiró hoy la demanda y, por tanto, el caso queda cerrado.... O no: como irónica apostilla, parece ser que el fiscal quiere reabrirlo para verificar que no hubo homicidio imprudente. Como se descuide, no sólo va a quedarse sin la pasta, sino que encima lo enchironan. Seguro que ahora se estará cagando en el abogado que le recomendó tirar para adelante con este despropósito, y lamentándose por no haberse callado la boca en su día.

28 enero 2008

Coleccionables

Los periódicos nacionales llevan años editando coleccionables de la más diversa calaña como estrategia de marketing para aumentar su venta de ejemplares. Ha habido de todo, y algunos de ellos han sido notables, cubriendo prácticamente todos los palos de la cultura: cine, literatura, artes plásticas, música o historia. Y claro, ha sido tal la sobreabundancia que, al final, ha pasado lo que tenía que pasar: han tocado fondo. Y ha sido, precisamente, este fin de semana.

El País ha editado algo que por (de)mérito propio le hace perder su hipotética y (auto)proclamada posición de diario serio del estado: nada menos que una colección de libros y DVD sobre los casos más misteriosos “investigados” por Iker Jiménez. Ya en 2005 critiqué el programa de esta estrella mediática, y no tanto por la materia que aborda, como por su tratamiento. Hay hechos misteriosos en este mundo que, a priori, pueden ser una materia para un reportaje tan digna como la que más. No tengo nada en contra de que me hablen de Ovnis, aparecidos o maldiciones si se hace con el rigor y la precaución que siempre es exigible y, en este tipo de material, más aún.

El problema es que Jiménez y los de su cuerda aprovechan estos asuntos para hacer sensacionalismo y ofrecer cuentitos de terror. Eso sin contar que, en el apartado meramente investigador, a veces se las dan con queso: aún se oyen las carcajadas del personal a propósito del programa en el que el aguerrido Iker daba cuenta de la misteriosa historia del cosmonauta ruso Ivan Istochnikov… ¡que realmente era un conocido proyecto artístico del fotógrafo Joan Fontcuberta! Que un periódico supuestamente prestigioso como El País haya terminado difundiendo pseudociencia da que pensar. Vale que “Cuarto Milenio” es una de las estrellas de la Cadena Cuatro pero, ¿por ello se va a empañar la imagen del diario de cabecera, y por que no decirlo, de la insignia del grupo mediático?

Pero como los males no vienes solos, atención al coleccionable de un periódico tan aparentemente severo como ABC: “Bichos”, en el que el reclamo es una colección de insectos exóticos reales conservados en resina. Entiendo que, pese a su coloquial título, se trata de una enciclopedia sobre entomología y que, desde luego, puede resultar más seria y divulgativa que la cosa del Iker Jiménez. Pero, por favor, ¿de verdad quieren la estantería del cuarto de sus hijos llena de esos “hermosísimos” seres de la naturaleza?

De los medios locales mejor no hablamos, ya que desde siempre han ido a lo práctico y, en lugar de pretender vender cultura, han vendido utillaje de cocina mayormente. Eso sí, desde aquí abogo porque El Día se atreva a editar en fascículos, con sus respectivas tapas duras al final de la serie, esa mítica constitución Canaria que está perpetrando cada domingo Antonio Cubillo en sus páginas. Sería una primera entrega dedicada a la literatura humorística de primerísimo nivel.

(Imagen: Fotomontaje de quien esto firma que pretende fusionar, de manera nada sutil, la temática de los dos coleccionables comentados)

26 enero 2008

El jeta del Audi

A veces se leen noticias asombrosas por lo absurdo de la situación que plantean. Por ejemplo esta: un tipo atropelló hace unos años a un chico en bicicleta, que murió a causa del accidente. El fulano conducía un Audi a 80 kilómetros por hora más de lo permitido, y además había bebido. Pero como el muchacho no llevaba casco ni chaleco reflectante, la cosa no terminó en juicio, las aseguradoras se pudieron de acuerdo e indemnizaron a la familia del fallecido.

Pero la historia no acaba así, que es donde debió haber terminado, sino que ahora resulta que el conductor ha demandado a la familia del chico al que atropelló pidiéndole 20.000 euros para compensar la reparación de su coche. Sobran comentarios acerca de la hijoputez inherente a la actitud de este caballerete, por lo que no me voy a extender demasiado en ello.

Lo que más me extraña, sin embargo, no es que el fulano sea tan mezquino como para meterse en este fregado legal, sino que la demanda de marras haya podido presentarse, es decir, que a la administración de justicia española le parezca procedente tamaño despropósito. En un mundo perfecto, el juez de turno, al leer semejante demanda, habría cogido al chófer temerario en un receso y le habría dicho: “Mira campeón, mejor te largas de aquí en ese Audi tuyo y no nos haces perder el tiempo con sandeces, que si no ya buscaré la manera de empapelarte a ti, ¿clarito?”.

Como estamos en España, no me extrañaría nada que la familia acabe apoquinando, aunque por suerte parece que ya hay voces en el gremio legal apoyándola. Veremos como acaba esta majadería.

23 enero 2008

Los crímenes de Oxford

Álex de la Iglesia es, probablemente, el director español que más me gusta. Tiene un sentido del humor ácido, una vena tremendista que a veces se disparata pero que en general está bien modulada, dirige bien a los actores y técnicamente, es pulcro planificando, claro narrando y en ocasiones nos deja planos espectaculares, algo de lo que no pueden presumir muchos realizadores patrios.

Por ello me apena decir que su esperadísima última película, Los crímenes de Oxford, me ha dejado un poco frío. No creo que sea mala, pero desde luego no es lo mejor de su autor. Eso sí, como fan suyo, me alegro mucho de saber que la cinta ha tenido tanto éxito comercial en su primer fin de semana. Ello, unido a que la crítica la ha tratado bien (en general), le augura una buena carrera y, sobre todo, asegura una nueva cinta del director pronto.


Sin embargo, Los crímenes... peca, curiosamente, de contención. Quizá harto de que algunos lo acusaran de ser exagerado y poco sutil en obras anteriores (la verdad es que Perdita Durango se las traía en lata…), De la Iglesia ha querido ser voluntariamente comedido, aunque de vez en cuando hay algún desmelene, como el personaje del matemático que se auto-inflinge una lobotomía interpretado por Alex Cox. Así, esta es una cinta más hablada que de acción. Ello no tendría por qué ser un problema a priori, pero resulta que los diálogos son en ocasiones tan redundantes, pedantes y retóricos que llegan enervar al espectador. Tampoco ayuda el doblaje especialmente malo que le han puesto a John Hurt y, sobre todo, Elijah Wood.

Otro problema es que se supone que la cinta es un thriller, pero, si me permiten el mal juego de palabras, es muy poco “trilling”. Pese a que los personajes lidian con un asesino en serie, en ningún momento hay sensación de amenaza en el ambiente, hasta el punto de que los protagonistas más parece que están practicando un juego de ingenio que investigando un crimen. Sus reuniones con el inspector de policía no tienen el hálito de urgencia previsible, más bien parece que han quedado para tomar té con pastas mientras discuten los resultados del último encuentro de cricket.

En cuanto al personaje de Leonor Watling, es poco más que un florero con piernas. Entiendo que sirve como elemento de contraste entre las dos personalidades de los protagonistas, pero la verdad es que podría haberse desarrollado mejor y así no se notaría tanto el hecho de que, más que un personaje, es un recurso de guión. También resulta burda la manera de ensalzar su erotismo: su primera aparición en pantalla, vestida de chándal, con el escote cubierto de gotitas de sudor que se nota a la legua que han sido estratégicamente colocadas por el departamento de maquillaje con un spray, es tan sexy como risible. Pero ya dijimos que la sutileza no suele ser el fuerte del director bilbaino.


Pero lo que deja clara la cinta es que, pese a todo, Álex de la Iglesia es un gran narrador en imágenes, que sabe encajar flashbacks y fabulaciones mentales de los personajes en el discurso narrativo sin ser confuso, y que en las escenas que debe ser espectacular, logra serlo (no como otros españoles a los que se les dan millones para filmar una escena de acción y el resultado es peor que el video de boda de un primo lejano. Las objeciones que planteo a la cinta son, sobre todo, de guión, no de puesta en escena. Es una película que quiere ser sofisticada y turbia, pero se queda en moderadamente entretenida y, eso sí, con una factura de lujo.

De paso, me gustaría recomendarles el Blog que Álex de la Iglesia ha escrito durante tres años a propósito de esta película, “Blasfemando en el vórtice del universo”, que va desde la fase de guión hasta el estreno de la cinta. Además de ser una lectura muy divertida, es toda una lección de cómo se vive desde dentro un rodaje, con sus frustraciones y miserias, pero también con sus glorias.


(Foto: John Hurt como el genio matemático Arthur Seldom)

17 enero 2008


El caballero del hoyuelo en la barbilla

Cary Grant siempre ha sido mi actor favorito, especialmente en el registro de canalla encantador que bordó en cintas como Historias de Philadelphia, Luna nueva o Con la muerte en los talones. Como en 2007 me porté bien (menos en lo que a actualizar el blog se refiere), los Reyes Magos me dejaron la exhaustiva biografía de Marc Elliot recientemente publicada por Lumen.

Nunca se puede estar al 100% seguro de la rigurosidad de las biografías, pero en este caso el apartado de documentación parece muy detallado (si bien se el autor emplea un par de “fuentes que prefieren permanecer en el anonimato” que hay que asumir con cuidado). Lo interesante de este trabajo es que está escrito por un fan del actor, pero sin el ánimo hagiográfico que ello podría suponer. Tampoco cae en el otro extremo, es decir, la búsqueda de escándalos o de mancillar la imagen del actor a toda costa.

El libro deja claras dos cuestiones: a) que Cary Grant era un estupendo actor, mejor de lo que muchos creían (y siguen creyendo); y b) que también era un tipo bastante extraño: se casó cinco veces; es más que probable que espiara para el FBI a su segunda esposa; se enamoraba de todas las compañeras de rodaje de manera infantil; hizo terapia con LSD cuando pasaba los 50 años; era muy tacaño (cobraba los autógrafos y se quedaba con los trajes de sus películas); apenas si tenía muebles a pesar de ser millonario; y unas cuantas cosillas más.

También es cierto que la vida del actor no fue todo lo agradable que podría parecer: era bisexual en una época en la que declararse gay significaba firmar la sentencia de muerte de cualquier carrera en Hollywood, por lo cual tuvo que mantener oculta y, finalmente, romper, la relación que probablemente más feliz le hizo (con el actor Randolph Scott). También vivió la dura vida del emigrante (era inglés), fue “acompañante de damas” para sobrevivir en sus inicios y, sobre todo, descubrió con 30 años que su madre, a la que creía muerta desde los 14, aún estaba viva, pero encerrada en un manicomio. Cosas como esa marcan a cualquier persona.

Siempre he creído preferible desconocer las vidas de los artistas que admiro, ya que lo que descubriera podría variar mi concepción sobre ellos. Lo ideal sería poder separar vida y obra, pero todos caemos en eso de ensalzar a autores mediocres que nos caen simpáticos, o denostar a grandes artistas cuya ideología o comportamiento nos repugna. Por ello tenía miedo de acercarme a este trabajo sobre Grant, uno de mis ídolos. De hecho, yo nunca hubiera comprado el libro. Pero ahora me alegro de saber que el hombre perfecto de la pantalla era un ser humano como los demás. Tan extraño como usted o yo.

(Foto de Cary Grant qu eaparece en la portada del libro)

Cambios

De nuevo en la brecha, tras dos meses de silencio.

Mi idea, de hecho, era comenzar de cero, cerrar este blog y abrir otro con distinto nombre, quizás con una dirección más fácil de encontrar y con un diseño renovado. Pero la verdad es que fue complicado encontrar un título tan sonoro como “El búho miope” (y los que encontré, ya estaban cogidos), por lo que finalmente he optado por una solución intermedia: sigue siendo la misma bitácora, pero con un nuevo diseño, a todas luces más feo que el de los circulitos de colores, pero más claro y sencillo. ¿Mejor? No lo sé: diferente. Y por fin me he atrevido a poner mi careto en el perfil, en lugar de aquel búho blanco tan mono. Uno que en el fondo es narcisista….

Ahora queda por ver cuánto tardo en dejar de actualizarlo (otra vez).