17 enero 2008


El caballero del hoyuelo en la barbilla

Cary Grant siempre ha sido mi actor favorito, especialmente en el registro de canalla encantador que bordó en cintas como Historias de Philadelphia, Luna nueva o Con la muerte en los talones. Como en 2007 me porté bien (menos en lo que a actualizar el blog se refiere), los Reyes Magos me dejaron la exhaustiva biografía de Marc Elliot recientemente publicada por Lumen.

Nunca se puede estar al 100% seguro de la rigurosidad de las biografías, pero en este caso el apartado de documentación parece muy detallado (si bien se el autor emplea un par de “fuentes que prefieren permanecer en el anonimato” que hay que asumir con cuidado). Lo interesante de este trabajo es que está escrito por un fan del actor, pero sin el ánimo hagiográfico que ello podría suponer. Tampoco cae en el otro extremo, es decir, la búsqueda de escándalos o de mancillar la imagen del actor a toda costa.

El libro deja claras dos cuestiones: a) que Cary Grant era un estupendo actor, mejor de lo que muchos creían (y siguen creyendo); y b) que también era un tipo bastante extraño: se casó cinco veces; es más que probable que espiara para el FBI a su segunda esposa; se enamoraba de todas las compañeras de rodaje de manera infantil; hizo terapia con LSD cuando pasaba los 50 años; era muy tacaño (cobraba los autógrafos y se quedaba con los trajes de sus películas); apenas si tenía muebles a pesar de ser millonario; y unas cuantas cosillas más.

También es cierto que la vida del actor no fue todo lo agradable que podría parecer: era bisexual en una época en la que declararse gay significaba firmar la sentencia de muerte de cualquier carrera en Hollywood, por lo cual tuvo que mantener oculta y, finalmente, romper, la relación que probablemente más feliz le hizo (con el actor Randolph Scott). También vivió la dura vida del emigrante (era inglés), fue “acompañante de damas” para sobrevivir en sus inicios y, sobre todo, descubrió con 30 años que su madre, a la que creía muerta desde los 14, aún estaba viva, pero encerrada en un manicomio. Cosas como esa marcan a cualquier persona.

Siempre he creído preferible desconocer las vidas de los artistas que admiro, ya que lo que descubriera podría variar mi concepción sobre ellos. Lo ideal sería poder separar vida y obra, pero todos caemos en eso de ensalzar a autores mediocres que nos caen simpáticos, o denostar a grandes artistas cuya ideología o comportamiento nos repugna. Por ello tenía miedo de acercarme a este trabajo sobre Grant, uno de mis ídolos. De hecho, yo nunca hubiera comprado el libro. Pero ahora me alegro de saber que el hombre perfecto de la pantalla era un ser humano como los demás. Tan extraño como usted o yo.

(Foto de Cary Grant qu eaparece en la portada del libro)

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