31 enero 2006

"Degoyados"

¿Por qué son tan cutres las galas de los premios Goya? En serio, ¿está escrito en los estatutos de la Academia que deben dar vergüenza ajena? Si es así, me callo, porque dura lex sed lex. Pero en caso contrario, ¿cómo es posible que la gala destinada a premiar uno de los espectáculos más fascinantes del mundo, sea siempre un espectáculo tan lamentable?

Odio ser parte de ese funesto coro que se ha dedicado hoy a glosar las miserias de esta gala miserable. En serio: me gusta el cine y no hago distinciones de nacionalidad, por lo que no siento especial animadversión por el cine español, el ruso o el guatemalteco. Por eso me da rabia que la fiesta del cine sea tan patética, pues da argumentos para que esos voceros que tanto gustan de increpar a nuestros cineastas se desgañiten con saña y, en este caso, con razón. ¿Por qué no hacen de una puñetera vez una gala digna, glamourosa y divertida, y así los dejan callados? Mejor aún: no lo hagan para calmar al parque jurásico patrio, sino para agradecer al público de cine su fidelidad.

Pero lo evidente es lo evidente: la gala falla. Muchas madrugadas me he quedado en vela viendo los Oscar, pues pese a ser un espectáculo notablemente hortera, suele ser entretenido y su maestro de ceremonias, sobre todo si se llama Billy Crystal, tiene rasgos de ingenio y algunos buenos gags. Además, en lo técnico son retransmisiones sin tacha que en ocasiones se permite alguna sorpresa, como la aparición del Circo du Soleil pendiendo del techo hace unos años, o la memorable entrada de Blake Edwards cuando le entregaron el oscar honorario (en una silla de ruedas que chocaba contra la pared, como si de un golpe de La pantera rosa se tratara).

En cambio, en los Goya se falló en cosas elementales: la música pregrabada era repetitiva (y no muy inspirada); los clips de películas estaban editados con desgana (por ejemplo, en una nominada a largometraje documental cortaron una frase a la mitad y se quedaron tan anchos); además, no identificaban a qué película pertenecían, y pusieron muchos cortes del inmenso Fernando Fernán Gómez sin explicar por qué; fallaron los micrófonos; los presentadores no se sabían bien el guión, por lo que entraban a destiempo y se pisaban las frases; el texto mismo estuvo falto de chispa y lleno de lugares comunes; durante el homenaje a los académicos fallecidos, pusieron de fondo unos aplausos enlatados que daban el pego… hasta que se notaba el corte y reinicio del bucle sonoro utilizado.

Lo peor fue sin duda la duración: cuatro horas son muchas para cualquier culo mínimamente humano, y más si está presenciando un espectáculo mortecino. No me puedo explicar cómo fue tan larga si no hubo una mísera actuación musical ni nada por el estilo.

La escenografía de los Goya suele ser bonita al primer golpe de vista, pero a la larga se revela siempre poco operativa: aquí una enorme escalinata que debía servir para que los presentadores la bajaran haciendo alarde de elegancia, se convirtió en un obstáculo que ellas y sus taconazos debían sortear como podían. Para colmo, la distancia entre esa escalera y el atril era taaan larga, que se produjeron numerosos tiempos muertos en los que el espectador debía esperar a que el presentador de turno llegara al micro. ¿Es que no hacen ensayos generales para darse cuenta de esos detalles?

Otro tema es la ya clásica politización/ buenrrollismo de la gala, que parece que es ya rasgo de identidad. Y lo digo yo, que me considero de izquierdas y progresista. Pero, ¿a santo de qué recoge el Goya a la mejor canción de Manu Chao por Princesas una representante del colectivo Etaira pro derechos de las prostitutas? La película ya ha reivindicado el tema de sobra, eso es un exceso. En cambio, Santiago Segura, mal cineasta pero buen cómico, supo aprovechar el panorama político para hacer una buena broma acerca de “España y todas sus naciones”. En todas las galas que ha acudido, Segura se ha salido: ¿por qué no le dejan presentar una a él?

Y sobre todo: ¿por qué hacen el show la noche de un domingo, cuando saben que la mitad de sus espectadores potenciales se verán obligados a abandonar la retransmisión para poder madrugar el lunes? Los Oscar empiezan en EE.UU. a eso de las 5 de la tarde, de modo que se pueden prolongar todo lo que les de la gana sin temor a que la audiencia se duerma, y de paso hacen coincidir la entrega de los premios gordos con el horario de máxima audiencia; aquí los galardones importantes los vio el sereno y un señor que pasaba por ahí (yo ya me había ido al catre) ¿Tan difícil es hacerlo como los yanquis?

Entre todas las críticas vertidas hoy (muchas ellas llenas de bilis y mala sangre), destaca una bastante razonable, que indica lo oportuno que resultaría que la gala se encargara a una productora de eventos, que de esto saben, en vez de a un director de cine (como en este caso Méndez Leite), que no entiende (ni tienen por qué) de la organización de espectáculos de este tipo.

De paso, recomendaría humildemente a la presidenta de la Academia, Mercedes Sampietro, que dejara ya ese discurso llorón y victimista del “Hollywood que nos come”. Es cierto que algo de eso sucede, pero es culpa de las multinacionales de la distribución: ahí está el caballo de batalla, y no en culpar, como hizo ella, a dos películas excelentes como son Shrek y el King Kong de Peter Jackson.

(Foto: REUTERS)

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