Este fin de semana murió Rocío Durcal. No soy aficionado a las rancheras ni sentía especial interés o devoción por la carrera de esta señora: me era artísticamente indiferente, e incluso me parecía algo anacrónica. Sin embargo, la noticia de su muerte me cogió, como a la mayoría, por sorpresa, y no pude evitar pensar en la enorme dignidad que demostró en su final.
Otras famosas han hecho de su vida un circo mediático. Sin ir más lejos, otra gloria nacional, Rocío Jurado, lleva gravemente enferma muchos meses y la presencia de las cámaras ha sido constante. No sé si es la cantante quien desea que se forme esa marea de fotógrafos a su alrededor mientras su vida peligra, o si ha sido una decisión adoptada a su pesar por sus allegados. El caso es que no hay detalle de la convalecencia de Jurado que no conozcamos, y hace tiempo que los buitres mediáticos vuelan en círculo azuzados por la propia familia. En cambio, de la Durcal supimos hace meses que estaba muy enferma y hace dos días, de sopetón, su fallecimiento. Nada más.
Hay un axioma por ahí que afirma que en los medios sale quien quiere, y que muchos de quienes se quejan del acoso que sufren por parte de los espectáculos televisivos de cotilleo fomentan ellos mismos esa situación. Creo que el caso Durcal lo corrobora. Quiso vivir su enfermedad de manera discreta y sin aspavientos, y lo consiguió. Con su muerte ha pasado lo mismo. En este caso, sí se puede decir que muere en paz, y da una lección de dignidad a los esperpentos del famoseo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario