03 junio 2008

En busca de la magia perdida

Hay cosas que mejor es no tocarlas, y una de ellas era la trilogía de Indiana Jones. Siendo honestos, ninguna de sus partes era, en sí misma, una película 100% redonda (aunque la primera casi lo era), pero en conjunto habían logrado crear un mito contemporáneo a partir del arquetipo del héroe clásico, tamizado por unas pinceladas de ironía postmoderna y algo de la acción cruel propia de los ochenta. El plano final de "La última cruzada" era un gran colofón: la silueta de los héroes recortada contra la puesta de sol, otorgándoles un halo mítico y anunciando un porvenir de más aventura.


Por desgracia, la nostalgia mal entendida y la avaricia han hecho que el mito regrese dos décadas después, con brillo, pero sin magia: "Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal" es un espectáculo brillante en lo técnico, con algunos planos que quitan el aliento, pero carente de todo humor y carisma. Los personajes deambulan como almas en pena de un decorado a otro y no hay química entre ellos: resulta sintomático que la pareja Harrison Ford- Karen Allen que tan bien funcionó hace un cuarto de siglo ahora quede tan forzada en pantalla.


Desaprovechar a Cate Blanchett de la manera que se hace en esta película es un delito cinéfilo: su personaje es presentado de manera impecable, anunciando que vamos a disfrutar de una de esas villanas de antología…y a mitad de película es como si se hubieran olvidado de escribirle las líneas, tornando a esta agente del KGB en un pelele con peinado a lo Louise Brooks. Además, tanto anunciar sus supuestos poderes mentales media película, y al final éstos nunca llegan a despuntar.

Lo peor, sin duda, es el modelo de escena de acción elegido, más acorde con las modas actuales a lo Michael Bay que a la propia tradición de la serie: en las películas anteriores, las hazañas de Indy eran exageradas y totalmente imposibles, pero de alguna manera Spielberg lograba la necesaria suspensión de descreimiento para que nos las tragáramos, o al menos las remataba con algún gag humorístico digno.

En cambio, en esta entrega todo suena a falso y artificial: la persecución en la selva tiene un momento Tarzán sonrojante, amén de un improbable duelo a espada a bordo de un coche que parece más propio de los piratas del Caribe que de Indiana Jones. Tampoco ayuda que en estas escenas el ordenador y los decorados canten tanto: quizá el éxito de escenas tan alocadas en las partes precedentes se debiera a que sus trucajes no eran tan evidentes y, por tanto, la ilusión de realidad era mayor.


Harrison Ford conserva intacto su carisma: lo suyo es hacer de pícaro bravucón despendolado, ya sea un arqueólogo o un cazarrecompensas galáctico. Desde que le ponen un traje, matan todo su encanto. Y se ha pegado veinte años trajeado, así se explica su declive de los últimos lustros. Este filme recupera lo mejor del actor, pero él solo no puede levantar el espectáculo: eso es un hazaña imposible incluso para Indiana Jones.

Lo que podría haber sido un gran reencuentro, se queda en un competente y entretenido espectáculo, en el que a veces se vislumbra le genio de Spielberg, pero que se queda corto. Aunque puede que el problema sea que las expectativas eran demasiado altas…

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