14 octubre 2008
El mito de Apple (o cómo el diseño nos convierte en I-Diotas)
Si los rumores se cumplen, hoy Apple presentará una nueva gama de ordenadores portátiles. Aunque este anuncio no ha originado tanta expectación como el del I-Phone 3G, se ha convertido en la noticia tecnológica del mes.
Admito que es una gran marca y, de hecho, mi próximo ordenador será un Apple. No porque sea cool y modernito, sino porque me niego a utilizar es acosa llamada Windows Vista y no tengo paciencia para ponerme a experimentar con una distribución de Linux tipo Ubuntu (lo de Debian es que ni me lo planteo). Así que la única alternativa que me queda es el Leopard (felino nombre del sistema operativo de los Mac), que al parecer está bastante bien.
Pero creo que hay otras compañías igualmente validas en el mercado. La odiada Microsoft, sin ir más lejos, ha metido la gamba con su último sistema operativo, pero hay que reconocerles que su Office, aún existiendo buenas alternativas, es un producto intachable. Y el Windows XP no estaba nada mal (pantallazos azules aparte). En lo que a diseño se refiere, a mí los Sony Vaio me parecen más bonitos que los excesivamente minimalistas Mac. Estas opiniones, visto el estado de las cosas en la comunidad tecno-adicta, no dudo que causarán estupor a más de uno.
Lo digo porque Apple ha logrado crear un halo cuasi místico a su alrededor que la convierten casi en una religión. Los “maqueros” de pro serían capaces de matar si nombráramos en falso el nombre de Steve Jobs, Steve Wozniak o de Jonathan Ive. En cambio, hay compañías que tiene mala fama sí o sí.
Microsoft se lleva la palma, y muchos la identifican como una pérfida corporación internacional que somete a los usuarios a durísimas restricciones de uso con el único objetivo de enriquecerse. Y, efectivamente, así es. Pero, ¿acaso Apple no hace lo mismo?
Hay pocos aparatos más restrictivos que un I-Pod. En cualquier reproductor Mp3, el usuario pude cargar y descargar canciones de un equipo a otro como si fuera un pendrive corriente y moliente. En cambio, el I-Pod se gestiona a través de un programita, el I-Tunes, que, aparte de conectarte con su tienda de canciones al mínimo despiste, evita que puedas copiar las canciones que contiene el cacharrito en otro ordenador. Si uno rebusca en los foros, hallará personas que lo han logrado mediante oscuros y complicadísimos procedimientos. Pero al final, es más cómodo usar un reproductor de la competencia, que se oye igual de bien.
¿Y qué me dicen del mítico I-Phone 3G? Me refiero a ese cacharrín tan mono y multitáctil, que se maneja maravillosamente bien… pero que no graba video, ni permite mandar fotos en un mensaje de texto (MMS) ni tiene videollamada a pesar de ser 3G, y que para colmo te obliga a firmar un draconiano contrato de permanencia con Telefónica para poder lucirlo. Vamos, que es un bluff en toda regla. Muy cuco, eso sí, y también muy cool, que para eso lo tienen Obama y Kim Catrall en Sexo en Nueva York.
En suma, Apple es una marca tan buena y tan mala como pueda serlo cualquier otra multinacional tecnológica. Como dije, me gustan mucho algunos de sus productos, pero no entiendo la fascinación sobrenatural que desprende. Es, ciertamente, un fenómeno de marketing digno de estudio.
Pero el caso es que a veces, con tanto I-Pod, I-Phone, I.Mac e I-Tunes, han conseguido que me a veces me sienta un poco I-diota…
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1 comentario:
Tengo un reproductor de MP3 que por supuesto no es un I-POD, en sí mismo una auténtica pollabobada.
Uso el XP gracias a que no me compré un portátil.
Me niego a comprarme un MAC porque son excesivamente caros.
En definitiva, todo es el "mismo perro con distinto collar".
Salud
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