Álex de la Iglesia es, probablemente, el director español que más me gusta. Tiene un sentido del humor ácido, una vena tremendista que a veces se disparata pero que en general está bien modulada, dirige bien a los actores y técnicamente, es pulcro planificando, claro narrando y en ocasiones nos deja planos espectaculares, algo de lo que no pueden presumir muchos realizadores patrios.
Por ello me apena decir que su esperadísima última película, Los crímenes de Oxford, me ha dejado un poco frío. No creo que sea mala, pero desde luego no es lo mejor de su autor. Eso sí, como fan suyo, me alegro mucho de saber que la cinta ha tenido tanto éxito comercial en su primer fin de semana. Ello, unido a que la crítica la ha tratado bien (en general), le augura una buena carrera y, sobre todo, asegura una nueva cinta del director pronto.
Sin embargo, Los crímenes... peca, curiosamente, de contención. Quizá harto de que algunos lo acusaran de ser exagerado y poco sutil en obras anteriores (la verdad es que Perdita Durango se las traía en lata…), De la Iglesia ha querido ser voluntariamente comedido, aunque de vez en cuando hay algún desmelene, como el personaje del matemático que se auto-inflinge una lobotomía interpretado por Alex Cox. Así, esta es una cinta más hablada que de acción. Ello no tendría por qué ser un problema a priori, pero resulta que los diálogos son en ocasiones tan redundantes, pedantes y retóricos que llegan enervar al espectador. Tampoco ayuda el doblaje especialmente malo que le han puesto a John Hurt y, sobre todo, Elijah Wood.
Otro problema es que se supone que la cinta es un thriller, pero, si me permiten el mal juego de palabras, es muy poco “trilling”. Pese a que los personajes lidian con un asesino en serie, en ningún momento hay sensación de amenaza en el ambiente, hasta el punto de que los protagonistas más parece que están practicando un juego de ingenio que investigando un crimen. Sus reuniones con el inspector de policía no tienen el hálito de urgencia previsible, más bien parece que han quedado para tomar té con pastas mientras discuten los resultados del último encuentro de cricket.
En cuanto al personaje de Leonor Watling, es poco más que un florero con piernas. Entiendo que sirve como elemento de contraste entre las dos personalidades de los protagonistas, pero la verdad es que podría haberse desarrollado mejor y así no se notaría tanto el hecho de que, más que un personaje, es un recurso de guión. También resulta burda la manera de ensalzar su erotismo: su primera aparición en pantalla, vestida de chándal, con el escote cubierto de gotitas de sudor que se nota a la legua que han sido estratégicamente colocadas por el departamento de maquillaje con un spray, es tan sexy como risible. Pero ya dijimos que la sutileza no suele ser el fuerte del director bilbaino.
Pero lo que deja clara la cinta es que, pese a todo, Álex de la Iglesia es un gran narrador en imágenes, que sabe encajar flashbacks y fabulaciones mentales de los personajes en el discurso narrativo sin ser confuso, y que en las escenas que debe ser espectacular, logra serlo (no como otros españoles a los que se les dan millones para filmar una escena de acción y el resultado es peor que el video de boda de un primo lejano. Las objeciones que planteo a la cinta son, sobre todo, de guión, no de puesta en escena. Es una película que quiere ser sofisticada y turbia, pero se queda en moderadamente entretenida y, eso sí, con una factura de lujo.
De paso, me gustaría recomendarles el Blog que Álex de la Iglesia ha escrito durante tres años a propósito de esta película, “Blasfemando en el vórtice del universo”, que va desde la fase de guión hasta el estreno de la cinta. Además de ser una lectura muy divertida, es toda una lección de cómo se vive desde dentro un rodaje, con sus frustraciones y miserias, pero también con sus glorias.
(Foto: John Hurt como el genio matemático Arthur Seldom)
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