Este verano viajé a Asturias y tuve la suerte de visitar la iglesia prerrománica de Santa María del Naranco. Aunque no soy un gran viajero, he tenido la oportunidad de estar en algunos inmuebles notables, como el Coliseo, el Panteón o San Pedro del Vaticano en Roma; Santa María de las Flores en Florencia; la catedral de Santiago de Compostela o las casa modernistas de Barcelona, por citar algunos. Sin embargo, pocos me han causado tanto impacto como este pequeño edificio:
Suena extraño, puesto que no se trata de una construcción monumental ni llena de oropeles, pero es uno de los pocos lugares en los que he podido experimentar el, por así decirlo, vértigo de la historia. Al rodearlo mientras lo miraba detenidamente, casi podía sentir que había viajado trece siglos en el pasado hasta el momento de su construcción. No había tenido las mismas sensaciones desde que visité en Roma las ruinas de las termas de Caracalla en Roma.
Creo que la explicación de este hechizo está en la ubicación de de ambos monumentos. En el caso del asturiano, aunque está muy cerca del casco urbano de Oviedo, su enclave es rural, un monte rodeado de árboles sin edificios alrededor ni molestas tiendas de souvenirs. Aunque los turistas lo podemos visitar, no está tan masificado como cualquier otro edificio histórico.
Y es que los turistas somos un incordio. Con nuestras mochilas, cámaras y cuchicheos banalizamos cualquier espacio susceptible de ser hermoso. Cuando los viajeros ilustrados europeos realizaban su grand tour en el siglo XVIII, no había nadie más dándoles la vara en los monumentos; si lo hicieran hoy, sospecho que a Stendahl no le entraría ningún síndrome, pues estaría demasiado ocupado dándose codazos con alguna jubilada escandinava o una parejita que hace el Interrail.
En cambio, tanto en Santa María del Naranco como en Caracalla, los turistas éramos demasiado pocos para romper el encanto del lugar. La iglesia está a 200 metros de otro edificio de la misma época, San Miguel de Lillo, y por tanto al visitarlo también se produce esa sensación de atemporalidad que describía antes. Pero se trata de una iglesia que, la pobre, sufrió los embates de la metereología al poco de ser erigida y quedó cercenada, dando como resultado un edificio singular y con encanto, pero desproporcionado. En cambio, Santa María del Naranco es muy armónica, prácticamente no tiene ángulo malo.
La visita fue un precioso momento que pude compartir con mi novia, a la que, por cierto, le gusta este edificio aún más que a mí. Pero si me pongo romántico, querría regresar a este lugar un día nublado y lluvioso, porque entonces sí que de verdad pensaría que estoy en la Alta Edad Media (no sé por qué, siempre me imagino esa época gris y con mal tiempo). Si hay algo de lo que estoy seguro, es de que volveré.
Suena extraño, puesto que no se trata de una construcción monumental ni llena de oropeles, pero es uno de los pocos lugares en los que he podido experimentar el, por así decirlo, vértigo de la historia. Al rodearlo mientras lo miraba detenidamente, casi podía sentir que había viajado trece siglos en el pasado hasta el momento de su construcción. No había tenido las mismas sensaciones desde que visité en Roma las ruinas de las termas de Caracalla en Roma.
Creo que la explicación de este hechizo está en la ubicación de de ambos monumentos. En el caso del asturiano, aunque está muy cerca del casco urbano de Oviedo, su enclave es rural, un monte rodeado de árboles sin edificios alrededor ni molestas tiendas de souvenirs. Aunque los turistas lo podemos visitar, no está tan masificado como cualquier otro edificio histórico.
Y es que los turistas somos un incordio. Con nuestras mochilas, cámaras y cuchicheos banalizamos cualquier espacio susceptible de ser hermoso. Cuando los viajeros ilustrados europeos realizaban su grand tour en el siglo XVIII, no había nadie más dándoles la vara en los monumentos; si lo hicieran hoy, sospecho que a Stendahl no le entraría ningún síndrome, pues estaría demasiado ocupado dándose codazos con alguna jubilada escandinava o una parejita que hace el Interrail.
En cambio, tanto en Santa María del Naranco como en Caracalla, los turistas éramos demasiado pocos para romper el encanto del lugar. La iglesia está a 200 metros de otro edificio de la misma época, San Miguel de Lillo, y por tanto al visitarlo también se produce esa sensación de atemporalidad que describía antes. Pero se trata de una iglesia que, la pobre, sufrió los embates de la metereología al poco de ser erigida y quedó cercenada, dando como resultado un edificio singular y con encanto, pero desproporcionado. En cambio, Santa María del Naranco es muy armónica, prácticamente no tiene ángulo malo.
La visita fue un precioso momento que pude compartir con mi novia, a la que, por cierto, le gusta este edificio aún más que a mí. Pero si me pongo romántico, querría regresar a este lugar un día nublado y lluvioso, porque entonces sí que de verdad pensaría que estoy en la Alta Edad Media (no sé por qué, siempre me imagino esa época gris y con mal tiempo). Si hay algo de lo que estoy seguro, es de que volveré.
5 comentarios:
Te has puesto las pilas con el blog, eh? Como viajero, también tienes que pasarte por Andorra para ver a tu primo, y te acercas a algún sitio de Francia.
Lo de la lluvia depende si es en la alta o baja Edad Media, porque al final ya empezaban a pasar los tiempos de oscuridad y faltaba menos para llegar a Trento (hay que joderse).
El románico ya se sabe...
Bien, bien.
Disfrutando de las vacaciones. Como debe ser.
Salud!
Me encantaría conocer todos esos lugares que mencionas sin duda tienes un país muy bonito, y las imágenes lo ilustran bien.
Saludos
Ciertametne dan ganas. A mi en general el románico me parece el mejor estilo arquitectónico para disfrutar hoy en día. Esa armonía ancentral, esa atmósfera rural y espirtual, sus reducidas diemensiones... son una pasada. Sin querer ser pedante, les hago una recomendación que descubríe este verano: Los valles del Boí, Arán y Arneu en el pirineo leridano. Impresionatnes...
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