Durante la transición española se tuvo exquisito cuidado en no herir susceptibilidades. “Libertad sin ira”, un buen resumen del espíritu de aquel proceso para restaurar la democracia sin tocarle demasiado los huevos a los acólitos del antiguo régimen, por si acaso se volvían a encabritar. Y la cautela no era vana, como demostraría Tejero pocos años después.
El Franquismo fue un régimen devastador, causante de muerte, exilio, rencor, oscurantismo, injusticias de toda ralea, y que sumió a España en 40 años de atraso de los que aún no nos hemos recuperado. El problema es que nunca desapreció por completo, sus tentáculos se han extendido incluso a nuevas generaciones, y se ha formulado un pacto tácito para olvidar todo aquello y dejarlo como estaba.
Pero la justicia ha ido poco a poco reclamando el protagonismo que se le negó en su día. Y por eso, las cosas no se pueden dejar así. Es necesario que se proclame institucionalmente que el Franquismo fue un régimen criminal, como lo fueron el nazismo o el estalinismo. Es imprescindible que así se reconozca por una pura cuestión de higiene moral.
Baltasar Garzón tiene un ego más grande que el estadio de Maracaná. Le encanta ser el rey del mambo, el macho que más mea, el chupacámaras number one. Creo que a todos nos cae fatal el hombre. Pero ello no es óbice para reconocer que en este caso, el tío le ha puesto un par y ha hecho lo que se debía haber hecho hace años.
A Garzón le tendrían que conceder una medalla, darle un Príncipe de Asturias o dedicarle una avenida en todas las ciudades del reino. Pero como estamos en España, país del surrealismo, la picaresca y el esperpento, aquí lo que hacen es procesarlo. Para más cachondeo, denunciado por una organización filo franquista.
Lo malo es que parece que el único interesado en hacer justicia de verdad es él. Si a Garzón no le dejan, ¿acaso no hay más jueces dispuestos a seguir su senda? En serio: España lo necesita.